Cómo cagar algo que parecía perfecto

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¡Hola!

Me siento fatal porque llevo más de un año sin postear. Lo último que supieron fue que Pancho volvió a Chile de su intercambio. Lo que es muy bacán y todo, pero obviamente no fue lo último que pasó en mi vida.

No.

¿Se acuerdan de la llamada de Jotapé? Sí, esa que llegó en la mitad de mi final de semestre conmigo vuelta loca. Esa que me hizo cuando estaba completamente curado. Esa.

Finalmente me invitó a salir. De verdad. Sobrio.

Como soy tonta rematada, le dije que sí. ¿Se acuerdan de todo eso de cerrar la puerta y tirar la llave? Yo no.

En realidad, no estuvo tan mal. Y agarramos después (sí, con gusto a cenicero y todo). De hecho, hasta ahí, todo bien. Es después de eso que me dan ganas de pegarme. Porque soy completa y totalmente estúpida.

No sólo salimos esa vez, la ver dad. Salimos muchas veces. A veces ni siquiera salíamos, nos bastaba con ir a la casa del otro —a la suya, principalmente, porque yo vivo con mis hermanos y él con amigos de la u—. No, no íbamos precisamente a ver películas ni nada inocente. Pero no éramos nada.

O sí.

¿Amigos con ventajas? ¿Fuckbuddies?

La cosa es que nunca definimos qué éramos exactamente. Pero en ese momento, me daba igual. Sé que dije que había superado todo el asunto con Jotapé, todos sabemos que estaba mintiendo.

La cosa es que en algún momento quise saber qué éramos. Por mucho que odie los clichés, fui la mina que quiso hablar de «nuestra relación».

Gran error. Aunque no por las razones que uno se imaginaría.

Elegí mi momento cuidadosamente. Un domingo, en su casa. Como siempre, se había levantado para ir a buscar una taza de té para mí (punto para él, siempre tuvo esos detallitos). Cuando volvió, se sentó en la cama conmigo y me despeinó antes de darme un beso en la frente. Aunque suene muy cursi, tengo que decir que esos eran mis momentos favoritos.

—Jotapé, ¿puedo preguntarte algo?

—Lo que quieras. (*)

—¿Qué somos? O sea, ¿qué les dices a tus amigos que soy yo?

A esas alturas, yo pasaba bastante tiempo en el departamento de Jotapé y sus amigos. Lo raro era que nadie hubiera hecho una pregunta al respecto.

—Tú eres tú, nada más.

—Ya.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es que mi primo se casa y dijo que los que no estamos emparejados estamos invitados solos. Sólo quiero saber cómo responder al parte.

Se pasó una mano por el pelo, como siempre.

—¿Tú quieres? —preguntó.

—¿Qué?

—Lo de estar juntos, po.

—Obvio. Si no, no estaría webiando contigo ahora —le dije yo.

—Ya po.

Y así, sin más rollos, pasamos a ser una pareja. Fue al matrimonio conmigo, encantó a toda mi familia y todo parecía bacán.

En realidad, todo estaba bien. Hasta que un par de meses después quedó la grande. Creo que alguna vez mencioné que a Pancho nunca le ha caído bien Jotapé. Simplemente no lo soporta. Cuando le conté que estábamos juntos, casi le da algo. Pero, como siempre dice, mi vida es mi vida.

Lo que no significa que haya tratado de llevarse bien con él. Y claro, yo tenía que aguantar que cada vez que se veían se miraban feo. Hasta que un día Pancho y yo nos fuimos a tomar un café para ponernos al día.

—¿Cuándo fue la última vez que escribiste algo? —me preguntó. Así, a la vena.

—No sé. No he tenido tiempo.

—Tú siempre has tenido tiempo para escribir.

—Antes no pololeaba.

—No, pero hacías como veinte extraprográmaticas.

—Pancho, no quiero discutir esto.

Al final, cambiamos el tema y la cosa quedó ahí. O bueno, eso pensaba yo , hasta un par de días después, cuando nos juntamos con unos amigos. Pancho le dijo algo a Jotapé, a Jotapé no le cayó bien y empezaron a pelear. No a golpes, pero sí en una discusión fuerte.

Al final, logré sacar a Jotapé de ahí.

—¿Qué onda? —le pregunté una vez que estuvimos en la calle.

—Estoy chato de que ese weón se meta en nuestra vida. Sólo porque le gustas no quiere decir que tenga derecho a meterse en mi vida.

—A Pancho no le gusto yo, no seas idiota.

—No seas ingenua. Nadie es amigo porque sí.

—No puedo creer que tú estés diciendo eso. ¡Hemos sido amigos por como diez años!

—No es lo mismo.

—Ya filo —dije yo, tratando de terminar—. Me voy a mi casa. Mañana hablamos.

—No. Hablemos ahora.

A esas alturas de la conversación, yo estaba chata de todo. Lo único que quería era irme a mi casa, meterme en la cama y olvidarme de todo. Pero cuando Jotapé dijo que quería hablar ahí, me enojé. Siempre he sido mal genio y en realidad, cuando estoy cansada es aún peor. Había tenido una semana de mierda en la universidad y lo único que quería era pasarlo bien un rato con mis amigos. Y él acababa de cagarlo todo.

—¿Quieres hablar ahora? ¿En serio?

—Sí. No puedes seguir juntándote con Pancho.

—¿Qué? —No podría creer lo que estaba escuchando. Era demasiado para mí—. No. Es mi mejor amigo, no te estoy cagando con él. Así que deja de actuar como un imbécil y supéralo. No voy a dejar de ser su amiga.

—¿Y si te digo que tienes que elegir entre él y yo.

A esas alturas, yo estaba muy enojada. Y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

—Bacán. Ándate a la mierda.

Antes de que él pudiera decir nada, me subí al primer taxi que pasó. Necesitaba llegar a mi casa, y me daba lo mismo todo lo que había pasado. Necesitaba meterme en mi cama y pensar.

Desde ese día, no he sabido nada de Jotapé. Nada en absoluto. Y han pasado más de dos meses, la verdad. Sabía que era demasiado bonito como para durar.

(*) Disclaimer: Puede ser que las conversaciones no hayan sido exactamente así. Han pasado algunos meses. Pero quiero declarar que mi memoria siempre ha sido excelente.

Mi mejor amigo

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Siempre he sido un desastre a la hora de tratar con otras mujeres. En parte porque estoy acostumbrada a juntarme con hombres. Por eso, entrar a una carrera llena de otras mujeres fue un momento casi traumatizante en mi vida. ¿Cómo carajos se suponía que iba a sobrevivir entre esas personas que estaban dispuestas a juzgarme por todo? (Y cuando digo «por todo» estoy siendo absolutamente literal: en mi carrera todo es juzgado. Ya sea el entusiasmo que le pones a las clases, la forma en la que vistes, cómo hablas y patatín y patatán. Obviamente, si no eres como todo el resto, no les vas a caer tan bien).

Bueno, eso no salió demasiado bien. Aunque amo mi carrera y amo aprender cosas en mi área, no he logrado llevarme demasiado bien con mis compañeritas (hablo en femenino porque literalmente en mi generación hay dos hombres). Y a veces simplemente necesito tener a alguien con el que hablar de fútbol, escuchar música y tomar chelas.

Por supuesto, él es mi adorado Pancho.

Hay que decir que las cosas no fueron tan fáciles para nosotros en un principio. Cuando nos conocimos, él me pareció un tanto facho, creído y arrogante. Él pensaba que yo era una feminazi, creída y arrogante.

Quizás por eso nos hicimos amigos al final. Los dos somos muy competitivos, sarcásticos y en el fondo, un tanto tiernos. Pero bien al fondo, claro.

Ser amiga de Pancho a veces es un desafío, porque los dos somos muy porfiados y cerrados para algunas cosas. Pero poco a poco vamos avanzando y hemos terminado por desarrollar una amistad estupenda. De hecho, una de las cosas que más me emocionó de nuestra graduación escolar fue que él escribiera en mi anuario que yo lo había ayudado en muchos aspectos.

Hay muchos de nuestros amigos que no entienden nuestra relación. Pero a nosotros nunca nos ha importado. Es una de esas cosas con las que hemos aprendido a vivir, como las comidas en la casa de los abuelos o el metro lleno en la hora peak. A estas alturas de la vida, lo mejor que se puede hacer es encogerse de hombros y reírse de quien pregunta. Si ellos no quieren conocer las maravillas de tener un mejor amigo del sexo opuesto, ellos se lo pierden. Nosotros lo estamos pasando estupendamente bien.

Y por eso, quiero escribir un post explicando las diez ventajas de tener un mejor amigo. Pero que quede muy claro que el mío es el mejor de todos.

1. Tienes a alguien que te dice las cosas como son.

Desde cosas tan trascendentales como tu relación, a lo gorda que te hacen ver esos pantalones. Y a él también puedes decirle lo que quieras sin que se ofenda o lea segundas intenciones en lo que dices. A veces es mejor no pensarlo tanto.

2. ¿Se casa uno de tus primos y no tienes a quién llevar? ¡Pareja instantánea!

Y ni siquiera te tienes que preocupar de hacer una buena impresión. También puede hacer de pareja falsa para cuando quieras espantar a alguien. Pancho no es muy buen bailarín, pero apaña al bar.

3. ¿Necesitas comer pizza? Él te apaña y no queda lleno con dos míseras rebanadas.

Al menos mis amigas son de las que comen dos pedacitos de pizza y quedan llenas, así que yo tengo que comerme todo el resto sintiendo cómo me juzgan.

4. Funciona como intérprete con otros hombres (y tú puedes devolverle el favor).

La verdad es que la comunicación entre hombres y mujeres siempre ha sido (y será) complicada. Por más que uno intente hacerlo lo más simple posible. Pero para eso estamos, para traducir por el otro.

5. Pancho siempre dice que el que me haga llorar se las tendrá que ver con él.

No es que sea muy intimidante, pero es alto. Algo es algo.

6. Andar a caballito.

Especialmente cuando vas a un concierto y no puedes ver el escenario. Mejor Amigos súper alto listo para servir.

7. No te va a juzgar si se te escapan gases.

8. No se pasan rollos por nada.

No hay segundas intenciones, ni comentarios con mensajes ocultos, ni se va a amargar porque no le respondiste el post en tu muro (que seguramente será una estupidez, pero ya) con mil corazones y amor. Sólo dos personas que disfrutan juntos. Y la comida.

La comida es importante.

9. Cero interferencias con tu vida amorosa.

A diferencia de algunas de mis amigas, Pancho jamás ha tratado de presentarme a alguien (al menos no que yo me diera cuenta), ni comenta acerca de mi estado de perpetua soltería. Así que podemos hablar de otras cosas y ser felices.

10. Reírte de todos los que dicen que la amistad entre hombres y mujeres no existe. Bitch, please.

Somos la prueba viviente de que esto puede funcionar de la mejor forma posible. Y sin sexo de por medio.

Este post, por supuesto, está dedicado a Pancho. Gracias por estar ahí en las buenas, en las malas y en las peores. Y por haber aprendido a manejarme en mis peores momentos (ya sabes, tirarme chocolate y esperar a que pase la tormenta) y por enseñarme tantas cosas. Por cliché que sea, creo que ser tu amiga me ha hecho mejor persona y espero que tú creas lo mismo.

I love being weird with you, man.

¿Y ustedes? ¿Tienen un mejor amigo/a del sexo opuesto? ¿Creen en la amistad entre hombres y mujeres o es sólo un mito?

Hangin’ in there

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Sólo un pequeño recordatorio de que sigo aquí. La verdad es que esta semana no ha pasado mucho en mi vida. Aparte de los mil quinientos trabajos que entregar, las pruebas que corregir y demás cosas, no hay nuevas desde el frente.

No, Jotapé no ha llamado de nuevo. Algo predecible, si me lo preguntan. Me junté con Pancho un rato el otro día, pero no hablamos mucho. Él ya se fue a nuestro pueblo, y quedamos de vernos allá en algún minuto de nuestras vacaciones de invierno y hablar largo y tendido, como nos gusta. Para eso están los amigos.

La Marti, por otra parte, está tapada de trabajo. Recién sale de clases el ocho, y se va de vacaciones con su familia a una isla paradisiaca. Y mi mamá se va con sus hermanas a París por una semana, lo que me da una envidia horrorosa.

¡Yo también quiero viajar!

Siendo sincera, lo de la playa paradisiaca no me llama tanto. Será que la arena y yo no nos llevamos muy bien. Y las olas tampoco me tienen mucho cariño. No sé qué les hice, pero llevan años atacándome cada vez que pueden.

Mis recuerdos adolescentes no serían lo mismo sin mis vergüenzas playeras en Santo Domingo.

En cualquier caso, me toca pasar las vacaciones en mi pueblo. Con los tres hermanos menores, mis ex compañeros de colegio y medio mundo preguntando qué pretendo hacer con mi vida cuando termine la licenciatura. Y como ya perdí mi oportunidad de ser una princesa junto a Kate Middleton… pues, tengo que recurrir a mi inexistente plan B.

Pero nada de eso me a joder las vacaciones. ¡Voy a ser una persona feliz! Y a ver todos los capítulos de Doctor Who.

So, esto es el post de la semana. Es malo, corto y fome, pero las neuronas no dan más después de corregir cincuenta exámenes de alumnos de primer año. Juro que me resarciré el domingo.

Prácticamente perfecta en todos los aspectos

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Tengo una amiga perfecta. Lo estoy diciendo con conocimiento de causa, fuimos compañeras de colegio toda la vida. Y las cosas son simplemente así: la Amparo es perfecta. Es bonita, simpática, inteligente, canta y pinta como los dioses. La odio un poquito.

Por supuesto que me cae bacán y me río mucho con ella, pero no puedo evitar compararme con ella. Porque al lado de ella yo soy fea, fome y sin ningún brillo. La Amparo es arriesgada, divertida y siempre tiene algo interesante que contar. Ya sea su última aventura con un intento de galán, o una anécdota de su profesor preferido.

Por eso, la idea de salir a carretear con ella y otras amigas del colegio era particularmente mala. Al menos, potencialmente mala para mi, de por sí bastante maltrecha, autoestima. Pero era una ocasión especial.

—Ay, Sofi, no seas fome. ¡Es el cumpleaños de la Coti! —Público lector, he aquí mi amiga Jaci. Experta en carretes y en prestarme ropa para salir porque yo nunca tengo nada.

—Tengo que terminar un trabajo.

—¿Para cuándo?

—Para el miércoles.

—Vamos a salir el viernes, tienes tiempo. Ven a arreglarte a mi casa y te vas a animar.

Para hacer corto un cuento largo y malo, diré que acepté. Supuestamente, mi adorada bestie también iba a ir, pero justo cuando iba saliendo para que nos encontráramos e ir a la casa de la Jaci, me llamó para decir que tenía mil cosas que hacer y que mejor no iba.

Obvio, ya era muy tarde para volver a mi casa y esconderme entre las sábanas, que era lo que yo quería hacer un viernes en la noche. Así que me subí a la micro que me deja a dos cuadras de la casa de la Jaci y me armé de valor.

Soy de esas personas que necesitan mentalizarse para salir a carretear. Necesito prepararme psicológicamente para una cuantas horas que voy a pasar hacinada con gente desconocida y siendo sociallyawkward (a.k.a. mi estado natural). Así que traté de dejar de pensar en la maratón de Doctor Who que podría haber estado haciendo en vez de eso, y me concentré en poner la mejor cara para el cumpleaños de la Coti (a la que, por cierto, creo que no veía desde su último cumpleaños).

Pero como soy yo, las cosas se pusieron mejores y mejores. Cuando llegué al departamento de la Paci, la que abrió la puerta fue la Amparo. Estilosa como siempre, obvio. Y yo ahí, con mis converse rojas y mi cara sin pintar.

—Sofi, ¡tanto tiempo! ¿Vai a salir así?

—Este… ¿no? Traje algo para cambiarme, pero no sé qué ponerme.

En mi mochila había una blusa negra que uso para salir de repente. Tiene como tres años, pero combina con todo y me queda bien, así que no he necesitado comprar otra. Vale, es el peor argumento de la vida para ser una tacaña, pero no me gusta comprar ropa.

La Amparo lo sabe y por su cara, supe que no me esperaba un rato agradable. ¿Por qué era que no estaba en mi cama viendo a David Tennant?

—Yo creo que la Paci te puede prestar algo, son como de la misma talla.

Me arrastró a la pieza de la Paci, que tenía como tres o cuatro tenidas arriba de la cama y estaba tratando de decidir qué ponerse como si el destino del planeta tierra dependiera de eso.

—¿Parezco muy perra si me pongo esto? —La prenda en cuestión era una blusa transparente. Del tipo que todo el mundo se pone sólo con sostenes y que yo siempre me pongo con poleras de tiritas abajo porque me da demasiada vergüenza andar mostrando mis sostenes (que además son feos con F de foca).

—Weona, te vas a poner pantalones largos. No importa. Sofi, ¿te vas a poner esos pantalones que tienes puestos?

—Sí, supongo.

—Me gustan. ¿Dónde los compraste?

—Fallabella, creo. No me acuerdo.

—Te quedan la raja. ¿Qué trajiste para arriba?

Saqué la blusa y las dos me quedaron mirando con cara de «pobrecita, esta no sabe nada de la vida». Pero la Paci es un salvavidas con patas y altiro sacó un montón de poleras y blusas que podía usar.

Así que fui víctima de una de las cosas que más odio EN LA VIDA: probarme ropa y modelar para que el resto opine. Lo odio con mis tripas.

Lo bueno fue que las dos estaban más preocupadas de lo que iban a ponerse ellas que de mí, así que eligieron una polera (no tan alejada de lo que uso normalmente) y me dejaron en paz.

O bueno, me dejaron en paz hasta que llegó la hora del maquillaje.

Otra confesión: tengo veintidós años y soy NULA con todo lo que sea maquillaje. Como mucho, uso tapaojeras cuando duermo tres horas y tengo que llegar a clases con cara semi-decente. No sé pintarme y trato de evitarlo siempre.

Pero salir a bailar es una de esas situaciones en las que hay que pintarse. Así que mientras las dos se estaban mirando al espejo y echándose sombra, se dieron cuenta de que yo estaba parada con una caja de sombras de Sephora (regalo de mi abuela) y con mi mejor cara de «no tengo ni puta idea de qué estoy haciendo con esto». Al menos se compadecieron de mí y mi nulidad para estas lides, y me ayudaron a arreglarme.

Quedé harto decente, todo sea dicho. Tengo que aprender a maquillarme yo sola algún día.

Al final, las tres salimos del departamento tipo doce y media. A la hora en la que normalmente un viernes en la noche estoy metida abajito de mi plumón.

En la entrada de la disco había mucha gente. Mi social anxiety estaba empezando a ponerme muy nerviosa. Si había tanta gente afuera, ¿cuánta iba a haber adentro? Doctor, es el momento para que aparezcas. Just saying. Yo empezaba a sentir mi ansiedad disparándose a nievles estratosféricos.

Imagen que me describe a la perfección.

Afuera estaba la Paloma, otra del grupito.

—Puta que se demoraron, weonas. Llevo como tres horas esperándolas (JA. Me apuesto los calzones a que llegó dos segundos antes que nosotros).

—¿Entremos? Hace frío aquí.

Estábamos en la lista de la entrada, porque la Coti conocía a alguno de los dueños de la disco. O a un promotor. O algo así.

Weona, la lista tiene cover.

YAY, piscolas para el mundo. O lo que sea que esté tomando todo el mundo ahora. Pero obvio que no son cervezas, que es lo único que tomo. Son piscolas, que me recuerdan a los carretes escolares. Y francamente, no quiero que nada me recuerde a esa época. Aunque salir con mis amigas del colegio no es lo mejor con ese objetivo en mente.

—Vamos a pedir algo altiro.

Creo que alcancé a tomar como dos sorbos antes de que llegaran el grupo de machos del curso.

—Sofi, ¡estai tomando!

—Hola, Chuma.

Chuma es amigo mío desde la más tierna infancia. Posiblemente la última época en que los dos fuimos tiernos de alguna forma.

—¿Me dai?

—Bueno… —Y así fue como él se tomó todo el vaso. Menos mal, porque yo no había comido nada y eso de tomar con la guata vacía era mala idea. Mi teoría es que el bueno de Chuma estaba tratando de evitarme una posible curadera. Es tan sacrificado mi amigo.

—Weona, ¡¡¡vamos a bailar!!! —gritó una de las mujeres del grupo. Y ahí fue cuando empezó lo divertido del asunto.

Me arrastraron (nunca mejor dicho) hasta la pista de baile, que estaba bastante más lleno que cuando llegamos. Por supuesto, plagado de zorrones. En general, soy una persona pacífica y amable, no odio a la gente en términos generales (o sea, nunca he declarado mi odio hacia algún colectivo, sino que sólo a personas individuales). Pero los zorrones me superan.

Lo siento, pero realmente me importan una raja sus viajecitos a Montañitas (el santuario de los wannabe hippies), el colegio del que saliste (deal with it, hace cuatro años que eres ex alumno), o el auto que te compró papi. De verdad, no me importa. Ya, todo el mundo ha ido al Lollapalooza (cada vez más lleno de escolares que se juran adultos) y la verdad es que el esquí no me llama la atención. El problema es que el zorrón promedio tiene tres o cuatro temas de conversación, opina que Letras es una carrera shúper loca y ahí quedamos.

Los zorrones son el espécimen suburbano que más me altera. Bastante tengo ya con conocer a los hijos zorrones de los amigos de mis papás en las vacaciones en Santo Domingo. No voy a ponerme a merodear en esos ambientes por mi cuenta y riesgo.

Pero a mis amigas como que no les importa.

Así que ahí estaba yo, bailando con mis amigas y esperando no parecer tan socially-awkward como siempre (misión imposible). Hasta que llega un gallo, junto con su amigo, me agarra de la cintura y me dice:

—¿Querís bailar?

Strike one, amigo. MI METRO CUADRADO ES MI METRO CUADRADO. En una disco, en el metro, wherever. No me toques si no te he dado permiso. Su amigo estaba haciendo lo propio con la Amparo. Y para no cagarme al pobre chico que se moría por bailar con mi amiga, le dije que sí.

Lo que siguió fueron unos interminables minutos del loco agarrándome de la cintura y enterrándome la nariz en el cuello para darme besitos en el hombro. Yo estaba de acuerdo con bailar, eso no quiere decir que quisiera agarrar con él.

Lizzie, expresas tan bien lo que quiero decir.

Yo trataba de sacármelo de encima como pudiera, mientras al lado la Ampara bailaba pegadita al otro gallo como si nada pasara.

—¿Estai pololeando? —me preguntó. Claro, porque esa es la única excusa que una puede tener para no agarrar con alguien que no conoce. Hey, que yo no sé si te has lavado los dientes. O si tienes mononucleosis.

—No.

—¿Y te pasa algo?

—No. —Si se atrevía a sugerir que tenía la regla, iba a saber lo que era bueno.

No siguió preguntando, sino que se dio media vuelta, le dijo algo a su amigo, se despidió y los dos desaparecieron.

Gracias a Barney.

—¿Qué pasó? —me preguntó la Amparo.

—Nada. Oye, voy a tomar algo —le dije y arranqué cobardemente hasta donde estaban mis amigos.

Mi mamá siempre dice que tengo que salir más, que así me voy a quedar soltera por los siglos de los siglos. Pero francamente dudo mucho que encuentre al amor de mi vida en una disco. En serio, mamá, nadie está en su mejor estado cuando carretea.

Lecciones que podemos extraer de este intento de crónica:

  1. Soy demasiado awkward. Y no hay nada que pueda hacer.
  2. La colonia de supermercado no disimula el olor a ala ni el sudor.
  3. La próxima vez que mis amigas me digan que salga con ellas, voy a inventar una excusa y me voy a quedar viendo Netflix.
  4. Nunca voy a ser tan cool como la Amparo. Y eso está bien.
  5. Y más importante:

Ya. Tengo una pequeña obsesión con Doctor Who. No me juzguen.

En otras noticias: Pancho is baaack!!

Llamada (in)esperada

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Debería haber subido esto ayer, pero entre el partido, el examen que tuve hoy y el trabajo que tenía que entregar, mi cerebro estaba un poco sobreexigido. En cualquier caso, me fue bien en el examen y me cambiaron la entrega del trabajo para mañana en la noche. Así que no celebré a la Roja just because. La cosa es que cierto asunto del que ya he hablado antes tuvo un desarrollo sorpresivo ayer en la tarde.

O dicho en simple: el imbécil de Jotapé me llamó.

Imaginen la escena: ayer en la tarde, después del partido de Chile. Sofi estudia sentada frente a un escritorio tapado de papeles, apuntes, cuentos y textos teóricos. Se siente miserable porque André está de visita y esos días son los peores. Dos o tres tazas de té o café sucias a un lado. Una barra de Sahne-Nuss a medio comer. Destacadores, sharpies y otros lápices de colores complementan la escena. La pobre protagonistas tiene unas ojeras que le llegan a la boca y las palabras empiezan a perder su sentido mientras las lee.

Escena dos: suena el celular (una canción de los Beatles, si les interesa saberlo) de la protagonista, perdido entre la pila de papeles. Protagonista tiene que nadar entre sus apuntes para recuperarlo.

La pantalla mostraba una foto en la que salíamos los dos, es su foto de contacto. Por un segundo, pensé en cortarle o dejarlo sonando hasta que se aburriera. Fue una batalla entre el sentido común y mi lado más patético. Pero mi lado masoquista fue más fuerte y contesté.

Obviamente, mi amigo estaba en un lugar lleno de gente celebrando el partido. O al menos eso parecía a juzgar por el ruido de fondo.

—¿Sofi?

—¿Qué pasa?

Ya. Fui más brusca de lo que hubiea querido, lo admito aquí y ahora. Pero es que ¡¡hace dos semanas que el muy idiota me dio un beso y se hizo el estúpido!! Ni una puta palabra hasta dos semanas después. Y va y me llama como si no hubiera pasado nada. Hay que ser bien cara de nalga.

—Yo-yo sólo querría decirte que, puta, que erís bacán y me caís la raja.

Ya lo adivinaron. El perla estaba raja cura’o. RAJA. Obvio. Había que buscar el valor que le faltaba en algún lado, supongo.

—Okay, ¿gracias?

—Weón, es que erís como mi hermana chica, pero no, ¿cachai? Como que no te veía hace caleta y cachai que ahora estai como mina, ¿cachai? Antes eras como chica y eso, pero ahora te cortaste el pelo y te queda la raja.

—Jota, estás curado.

—No, pa’ ná.

Detrás de él se escuchó un «¿con quién estai hablando?». Era la voz de Pipe, también hecho mierda. «Con la Sofi, weón».

—¡Sofi! ¡Clasificamos! —gritó Pipe en el auricular.

—Sí, vi el partido.

—¿Y no estai celebrando?

—Estoy estudiando.

—Puta, qué fome tú.

—La historia de mi vida.

Jotapé recuperó el teléfono, después de un bonito y folclórico intercambio entre los dos.

—Oye, Sofi.

—¿Ajá?

—¿No querís ir conmigo a tomar algo algún día?

—Estai curado, weón. Mañana se te va a haber olvidado.

No me escuchó. De hecho, empezó a invitarme para hoy y que sería bacán que saliéramos en serio y la weá. Yo ahí, escuchando todo eso y sabiendo perfectamente que se le iba a olvidar de todas formas. Por un lado me daba demasiada rabia, porque era más que obvio que yo le importaba una puta mierda. Si se había estado haciendo el weón por dos semanas, ¿por qué estaba haciéndolo ahora?

Lo dicho, las fantasías son mucho mejores que la realidad. En mi fantasía, Jotapé me invitaba a salir sobrio y cara a cara. En mi fantasía, además, iba bien vestido y peinado (no con el pelo corto, pero tampoco con sus mechas indecentes). Por eso sé que es una fantasía, porque en el fondo lo que me ha gustado siempre no es Jotapé, sino la idea de Jotapé. Un gallo divertido, simpático y que se preocupa por mí sin ser jote.

Ése es Jotapé.

Y cualquier otra cosa es producto de mis fantasías, de mis sueños de cabra chica que creció con Disney y piensa que los príncipes azules existen, y de mi tendencia a idealizar todo. No de la yo veinteañera que sabe que en el fondo, Disney y Jane Austen me cagaron la vida. Y que Jotapé no es Mr. Darcy.

Y el problema con todo esto es que en el fondo, sé que tengo que dejar ir todas esas estupideces si quiero avanzar en la vida. Si quiero que mis relaciones no estén condenadas a fallar una y otra vez, miserablemente. Si pudiera volver al pasado, le daría una buena cachetada a mi yo quinceañera para que se diera cuenta de todo esto y me ahorrara problemas.

Pero no tengo un giratiempo (aunque no estoy segura de si esos funcionan con tanto tiempo. En Harry Potter los usaban por unas horas), ni una TARDIS, ni ninguna máquina del tiempo y espacio (aunque sería filete, así no tendría que levantarme a las seis de la mañana para ir a clases temprano). Así que estoy obligada a putearme a mí misma y a recordarme que las fantasías son malas, caca.

—Puta, Jotapé. No puedo. Estoy tapada de cosas para la U.

Era una vulgar mentira. Hoy, mientras escribo esto, empecé a ver una serie nueva (y ya vi la mitad and I’m hooked), voy en la mitad de un libro de Charlotte Brontë y ordené mi pieza. Vamos, que he sido súper productiva y que perfectamente podría haber ido a tomar algo con él.

Pero no.

—Ah, pucha. Para otra vez será.

—Chao.

—Chao.

Sí, puede que esté siendo una estúpida por decirle que no. Sí, podría ser una oportunidad para una relación con un gallo que me gustó cuando chica. Pero si lo hacía… ¿cómo se supone que avance en la vida?

No. Alguien tenía que cerrar esa puerta y tirar la llave. Si él ahora está interesado (vaya a saber uno por qué), pues qué pena.

Sin arrepentimientos.

Creo que me merezco un high-five.

Y un helado. Definitivamente merezco helado.

Tapsin-dependencia y nuestro bucket list

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Tapsin-dependencia y nuestro bucket list

Todo empezó el lunes. Amanecí con la nariz tapada y dolor de garganta. Los presagios de un resfrío de proporciones épicas y en plena época de finales. Nice. Obviamente, el martes en la mañana tenía la cabeza como bombo y el suministro de pañuelos desechables/papel confort en mi casa estaba empezando a peligrar.

Pero es época de exámenes, papers, y demás cosas que además de joderme la vida, me quitan horas de sueño (algún día discutiremos un poco acerca de mi obsesión por la perfección, hoy me siento mal). Así que revisé mi stash de té y chocolate, comprobé que todo estuviera en orden, y me lancé a estudiar como si el semestre se acabara mañana.

Ya sé qué se están preguntando… ¿qué pasó con Jotapé?

La razón por la que empecé a contarles de mi semana de resfrío y no sobre lo sucedido con el señorito en cuestión es que no ha pasado absolutamente nada. Supongo que él también está con muchas pruebas y cosas, pero una señal de vida por whatsapp no mata a nadie. ¿O sí?

Además, quiero que este blog pase el test de Bedchel. Y para eso, no puedo estar hablando de hombres todo el puto día. Lo siento, pero tengo una vida aparte de ellos. Está basada en todas las cosas nerd del universo y en comer como cerda, pero tengo una vida.

Así que el viernes (después del partido de Chile, of course), me llamó la Marti para ver cómo estaba. Mi hermana estaba carreteando y mi hermano también, así que además de enferma, estaba solita en casa. Y si hay algo peor que estar muriéndose, es estar agonizando sola. Yo sólo digo.

—Mal.

—¿Quieres que te vaya a ver? ¿Te llevo algo?

—Sopita de pollo, pañuelitos y un cura… mejor un notario, tengo que hacer un testamento.

—¿No estarás exagerando? —No, ni mi mejor amiga tiene tiempo para mi melodrama—. Vale, estoy ahí en media hora. Veamos una película para impedir que te mueras o algo.

—Eres la mejor. Te amo.

I know.

Uno sabe que ha logrado la amistad perfecta cuando tu mejor amiga cita a Star Wars, aunque no le gusten las películas. Cosas de su eterno pololeo con Pancho y nuestra obsesión (de Pancho y mía, no de la Marti) con todas esas ñoñezas de la vida. Eso, y Harrison Ford estaba más bueno que el pan con chancho cuando jovencito. Yo sólo digo.

Cuando ella llegó (con un tarro industrial de chocolate caliente en polvo, love you, bestie), yo saqué mi viejo y manoseado notebook y las dos nos pusimos a ver las películas del Hobbit. Con las pausas apropiadas para comentar qué onda que Elijah Wood no envejece y que Martin Freeman tiene un algo como adorable.

¿Me van a decir que no lo encuentran guapo? Puede ser cosa de Hobbits, ahora que lo pienso.

—¿Cómo se te viene el fin de semestre? —disparó ella mientras yo ponía la segunda película y los créditos empezaban.

La Marti, eternamente una genio en física y matemáticas estudia ingeniería en cierta prestigiosa universidad del Consejo de Rectores. El año pasado, en el primer semestre, mi amiga no pasó todos sus ramos. De hecho, reprobó varios. No sé por qué fue, pero sospecho que le faltaba motivación o algo por el estilo. La pobre estuvo muy estresada todo el segundo semestre por lo mismo, pero al final aprobó todo, así que claramente encontró su motivación.

—Pesado. Tengo exámenes hasta el cinco. ¿Y tú, cuándo salís?

—El veinticinco entrego el último paper y planeo dormir por veinticuatro horas al menos. Quizás con un par de levantadas para el baño.

—Qué asco me das. Los de Letras son unos flojos.

—Te cambio cualquier día una prueba de física por los cuatro papers que tengo que entregar.

Las dos nos quedamos calladas un rato.

—Siempre terminamos hablando de la U, ¿has cachado? —comentó ella sacando un puñado de cabritas. En la pantalla de mi computador Orlando Bloom decapitaba y llenaba de flechazos a un montón de orcos sin despeinarse (envidia, envidia cochina).

—¿De qué más vamos a hablar? Seamos realistas, no tenemos vida.

—¿Cómo que no? Tú trabajas.

—Le hago clases particulares de inglés a niñitos mimados y atiendo en una librería los fines de semana. No es precisamente una montaña rusa de emociones. ¿Y tú? Estás saliendo con este gallo y aparte de eso no tengo ni idea de qué haces en tu tiempo libre.

—Ya, tienes razón.

Más silencio. En la pantalla, Aidan Turner estaba siendo guapo y payaso (¿por qué lo sacaron de Being Human, con lo mino que era?).

Juro que es el último hombre que menciono hoy.

—Podríamos hacer un pacto —saltó mi querida bestie.

—¿Suicida? Justo ahora me siento mejor.

—No, tonta. Algo como The Bucket List. Una lista de las cosas que queremos hacer antes de morir.

—¿Las dos?

—Sí, ¿por qué no?

Quizás eran mis últimos momentos y la cercanía con la muerte me tenía asustada. Tal vez en un momento nos vi como Morgan Freeman y Jack Nickolson saltando en paracaídas. O tal vez, en el fondo, mi amigui del alma tenía razón y necesitábamos vivir un poco más.

Así que, con la música de los orcos muriendo en la pantalla, hicimos una lista de diez cosas que queríamos hacer antes de morir las dos juntas, como amigas.

  1. Viajar (ésta tendrá que esperar a que juntemos lucas, pero lo haremos de todas formas).
  2. Pasar de largo caminando por Santiago.
  3. Una borrachera al estilo The Hangover (somos niñas buenas y tomamos poco, no nos juzguen).
  4. Vivir juntas (de nuevo, a esperar a que dejemos de ser pobres).
  5. Ir a al menos diez conciertos juntas y sacarnos muchas fotos.
  6. Dar una vuelta al lago (somos del sure) de cualquier forma.
  7. Escribir un libro (Sofi) y empezar un proyecto de energías renovables (Marti).
  8. Hacer un proyecto de amigas. Un vlog o alguna cosa por el estilo (el blog ya está tomado).
  9. Enseñar cocina (Marti). Aprender a cocinar (Sofi).
  10. Salvar el mundo, cambiar la cultura.

Como ven, no son cosas demasiado ambiciosas. Bueno, puede que lo de aprender a cocinar sí sea un poco ambicioso. Lo siento.

Y para quién se haya quedado con las dudas: sí, ahora me siento mucho mejor. Yo creo que lo que necesitaba era una dosis de amorsh de amiga y dos películas de Peter Jackson. Siéntanse libres de probar este nuevo tratamiento contra el resfrío y el mal de amores.

Ya más en serio, es bacán poder hablar con la Marti de lo que queremos para el futuro, de nuestras expectativas. Y no de minos (de la vida real, porque voy a admitir que dije un par de cosas que le haría a Aidan Turner si lo tuviera adelante).

Aunque claro, antes de irse, la muy desgraciada hizo la pregunta maldita:

—¿Has sabido algo de Jotapé?

Huracán mental

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No he hablado con Jotapé desde el martes pasado. Después del beso de cenicero volví al living con alguna excusa inventada (que tenía frío, que quería revisar mi celular o alguna cosa por el estilo) y no salí otra vez. En algún momento él y los demás se fueron, y yo me fui a dormir a la cama de Diego (no se imaginen cosas, él durmió en el sillón del living, como el gentleman que es). Él tampoco ha hecho intentos para hablarme. Ni llamadas al celular, ni mensajes de texto, ni whatssapp, ni mail, ni señales de humo, ni Pony Express. Nada de nada.

No sé cómo se supone que tengo que interpretar esto. Al menos, con todo lo que tengo que hacer no tengo tiempo para pensar en él y su bipolaridad. Entre papers, trabajos, exámenes y demases, tengo la cabeza copada.

Mentira. ¿A quién creo que engaño?

Obvio que le he dado mil quinientas veintitrés vueltas. ¿Por qué? ¿Por qué carajos me plantó ese beso? Y pensar que yo misma me había dicho una y mil veces que lo tenía superado.

Era uno de los momentos en que necesitaba a una amiga que me ayudara a dilucidar las cosas. La Mary Jane y la Jose estaban descartadas, porque también se juntaban con ese grupo. Y la Mary Jane no sabe cerrar la boca con esas cosas. Ni con nada, la verdad. Además, no la veo hace SIGLOS, está muy ocupada con sus amigos santiaguinos. Mejor no decirle nada y ahorrarme los codazos la próxima vez que nos juntemos todos.

No, cualquiera de las dos era mala idea.

La Paci, mi hermana, tampoco era opción. Ella también es de ese grupo. De hecho, no fue a lo del otro día porque tenía un examen gigante el miércoles.

Tampoco puedo contar con Pancho, que en teoría es mi mejor amigo. Pero se me ocurre que es mala idea. Punto uno, está en Estados Unidos de intercambio y punto dos: es hombre. Normalmente valoro el punto de vista masculino para mis problemas, pero en este caso creía que no era lo mejor. Además, a Pancho jamás le ha caído bien Jotapé. No, definitivamente no le voy a contar a Pancho.

Supongo que siempre puedo tratar con la Martina, mi amiga del colegio. Así que después de salir de clases, la llamé para ver si nos podíamos juntar un día de estos. Me dijo que sí, que estaba libre por la semana, así que partí a su casa.

Me abrió la puerta del departamento hablando por teléfono, me hizo un gesto de «espera un segundo» mientras me hacía pasar a la cocina. Dos tazas de té humeaban en el mesón. Cosas buenas de la Marti: sabe cuándo uno necesita una buena taza de té.

—Ya, cuenta: ¿qué pasó? —preguntó apenas cortó el teléfono con un «te quiero, nos vemos mañana».

—Primero dime quién era.

—Nacho, el gallo con el que estoy saliendo.

Cierto, estaba saliendo con un «chiquillo» como le puso. Es su primera relación desde que terminó son su primer pololo, Pancho, en el verano.

—Me lo tienes que presentar.

—Espera, que no lo quiero volver loco antes de que formalicemos nada —le echó un par de cucharadas de azúcar al té—. Ya, poh. Cuenta qué te pasó.

—Agarré con Jotapé. O él agarro conmigo, todavía no lo tengo muy claro.

—¿QUÉ? ¿Jotapé, el que fumaba todo el día?

—El mismo.

—¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué?

—En la casa de Diego, la semana pasada. No sé, estábamos conversando en la terraza y de repente me dio un beso. Y no tengo ni puta idea de por qué.

—Wow.

—¿Y puedes creer que no ha hecho amago de llamarme ni nada desde entonces? MUDO, el muy imbécil.

—¿Y qué crees que pasó?

—No sé. Se acababa de enterar de que la Cami está embarazada. Me imagino que se dio cuenta de que ya no es un pendejo y que tiene que avanzar con su vida. Dijo una weá, como que yo era su mina ideal y me dio un beso.

—¿Y qué vas a hacer?

—Ni idea. Creo que voy a esperar que me llame o algo.

—Ajá —asintió mi amiga—. Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? —le dije que sí y me soltó la pregunta demoledora de murallas de Minas Tirith—: ¿te sigue gustando Jotapé?

Me quedé callada, porque no tenía ni idea de cómo responder a eso. Si dijera que no, entonces todo el rollo del beso no tiene ningún sentido. Si no me gustara, sería sólo un beso y nada más. Pero es Jotapé y nunca va a ser sólo un beso. Lo sé yo y lo sabe la Marti.

La Marti se rió y me ofreció unas galletas. Yo estaba muerta de hambre, como siempre, así que las acepté. Seguimos conversando de cosas insustanciales; conocidas que se habían casado, que Zutano le había puesto los cuernos a Mengana con un gallo (o eso decían las copuchas de nuestro pueblo), o que si era verdad que Perengano había salido del clóset. Pero mientras hablábamos, yo no podía dejar de pensar en todo lo que estaba dando vueltas por mi cabeza.

Lo peor de todo el asunto fue lo frustrante que terminó siendo. Es como cuando ese gallo tan mino del colegio me sacó a bailar en una fiesta de quince y bailaba fatal. Me mató todas las pasiones en cero coma cuatro segundos. Es la mejor analogía que puedo pensar para definir lo que pasó con Jotapé. Mi yo-pendeja pensaba que agarrar con él iba a ser perfecto. Y no. Fue un desastre y me dejó con la cabeza dada vueltas. Pero no de la manera bonita y romántica. No, me la dejó de cabeza de la forma más estúpida posible. Sigo sin entender por qué mierda lo hizo. Hasta donde yo me acuerdo, ninguno de los dos estaba tan curado. O sea, esa explicación quedó descartada.

Odio tener que calentarme la cabeza por una cosa que ni siquiera debería importarme tanto. Total, un beso es sólo eso. Un puto beso.

¿Por qué me estaba afectando tanto?

Algunas cosas deberían quedarse como fantasías y jamás hacerse realidad. Por el bien de la psiquis de las personas frágiles emocionalmente.

Al final, no me fui muy tarde a mi casa. Tengo una torre de cosas por corregir, aparte de trabajar en todo lo mío para el final de semestre.

De los arrepentidos es el reino de los cielos

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—Está embarazada —Jotapé me obligó a levantar la cabeza de lo que estoy leyendo. Cosas de juntarnos en mitad de semana. Como ir a mi casa, que queda al otro lado de Santiago, y volver al departamento de Diego es mucho cacho, me vine directo de la universidad. Así que mientras esperábamos que llegara el resto, me puse a revisar unos textos que tenía que leer para clases.

Pero obvio, cuando uno se pone a leer, los demás siempre asumen que uno no está haciendo nada. Y Jotapé necesitaba conversar.

—¿Ah? ¿Quién?

—La Cami, poh pava.

Voy a contextualizar un poco: Jotapé es un amigo de hace mucho tiempo, es cuatro años mayor que yo y entre los trece y los dieciocho yo moría por él. Pero en esa época también existía la Cami, su polola de muchos años. Terminaron en algún momento después de que ella entrara a la universidad y él no. Corta y fome.

—Ah. Chuta.

No sabía qué más decirle. En realidad no entendía por qué le importaba tanto. Si terminaron hace como seis o cinco años (¿hace tanto?). Pero se veía que tenía ganas de hablar. Un poco a la mala, porque de verdad que era el último minuto que tenía para leer esa cosa, dejé los apuntes a un lado.

—¿Y por qué tanto webeo? Si terminaron hace caleta.

Ése era Diego, el dueño de casa. Y sí, siempre es así de delicado. Pero al menos dijo lo que todos estábamos pensando.

—Es que… no sé. Es como raro. Pienso que si no hubiéramos terminado, podría ser mi guagua.

—O podrían haber terminado igual, o alguno podría haberse muerto —Marcos, que se rindió con tratar de estudiar en el living con todos hablando, dejó sus apuntes a un lado y se unió a la conversación—. O irse a vivir al otro lado del mundo.

Jotapé lo miró con cara de «aquí te mato», y Marcos se quedó calladito. Ninguno de los cuatro habló en un buen rato.

—Me carga decir esto, pero creo que Marcos tiene razón. Pero que no sirva de precedente —dije rápidamente mirándolo. Él se rió y me sacó la lengua. Jotapé me miró como si no entendiera nada—. Lo que pasa es que no sacai nada dándole vuelta a lo que pudo pasar, ¿cachai? En volá las cosas hubieran sido iguales.

—¿Nadie quiere una cerveza? Ya deben estar heladas.

—Es martes —como era obvio que nadie más iba a decir lo evidente, tenía que decirlo yo.

—¿Y?

—Para qué me molesto.

—¿Querís o no?

—Dale.

Jotapé se quedó callado todo el resto de la noche, mirando a lo lejos con una cerveza en la mano (Becker, el horror). Ni los comentarios tontos de Diego, ni los chistes malos de Marcos, ni la pizza que trajo Pipe. Nada sirvió para subirle el ánimo.

Es raro que yo haya sido la que le dije que no le diera más vueltas al asunto y que no pensara en lo que pudo haber pasado. Yo, siendo muy sincera, me he pasado mucho tiempo pensando en qué hubiera pasado si en algún momento le hubiera dicho que me gustaba. No sé si hubiera cambiado las cosas, o a mí misma. A lo mejor habría sido un fracaso, porque yo era muy cabra chica a esa edad. Y habría sido una pérdida de tiempo para los dos.

Pero aún así no dejo de preguntarme si debí decirle.

Siempre me ha parecido raro eso de «sin arrepentimientos». Yo creo que hay veces en las que arrepentirse puede no ser un error. A lo mejor ahora me arrepentiría de haberle contado lo que sentía. A lo mejor hay cosas de las que simplemente uno no se puede escapar.

En un minuto, Jotapé salió a fumarse un pucho a la terraza. Yo lo acompañé, no fuera a ser que se tirara por el balcón. Bonito escándalo en las noticias.

—Puta que es rara la vida —dijo sentándose en uno de los sillones. Yo me senté al lado y él me abrazó los hombros—. Ayer éramos unos pendejos, ahora ya algunos están teniendo hijos y casándose.

—La Marce se casó el año pasado.

—¿Esa no era más chica que tú?

—Síp. Y ahora está casada y viviendo con su marido.

—¿Y tú pa’ cuándo?

Okay. Esa pregunta no me la esperaba para nada. Mi vida amorosa simplemente nunca ha sido tema con esos amigos. En parte porque siempre tuvimos una relación casi hermanable. Supongo que ellos preferían pensar que yo era virgen, casta y pura. No van tan mal encaminados, de hecho. Pero el punto es que a ellos nunca les ha importado con quién me meta o con quién no. Raro.

—No sé. Cuando conozca a un weón con una caja azul que viaje en el tiempo y el espacio.

—¿Ah?

Doctor Who, Jotapé.

—¿Qué es eso?

—Una serie de la BBC, de ciencia ficción. Ya, filo. No importa. Era un mal chiste.

—Erís tan ñoña, Sofi.

—Siempre lo he sido, ni que fuera secreto.

Se rió de nuevo y me tomó la mano sin decir nada. Le dio una última calada al pucho y lo apagó contra la mesa de la terraza (a Diego no le iba a gustar nada). Nos quedamos un rato así, con él tomándome la mano y yo sin saber dónde meterme. Mi yo de trece años estaba gritándome en una oreja que eso era todo lo que siempre habíamos querido.

La yo de veintidós no lo estaba pasando tan bien.

—¿Sabís qué? Tú podrías ser mi mina ideal —soltó el muy maldito luego de unos minutos muy incómodos. Especialmente porque en cualquier minuto podía salir alguno de los demás y pillarnos así.

Aunque… no estábamos haciendo nada.

—¿Ajá? ¿Por qué? ¿Por lo ñoña o por lo fome?

—No eres fome, tonta. Y no sé, es que eres tranquila, no te hacís show por ninguna weá. Una mina piola.

­—¿Eso es un piropo?

—Un poco.

Y de repente, sin previo aviso, el muy hijo de su madre, me dio un beso.

Un beso con sabor a pucho y a cerveza. Fue como agarrar con un cenicero. Y para nada como la tontorrona de mi yo-de-trece-hormonales-años se imaginaba.

What the F…?

Lunes Literarios: Cumbres Borrascosas

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Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

Voy a hacer una confesión: la primera vez que leí este libro tenía doce años. No entendí ni papa, aparte de que Cathy I era una histérica bipolar y Heathcliff un abusador de lo peor. Pero aún así me gustó. Me gustó mucho. Tanto que desde esa primera vez (hace como diez años. QUÉ HORROR), lo he leído varias veces. He aprendido muchas cosas, empezando por «el romanticismo es bonito en la teoría, en la prácticas…no tanto».

Todas las veces que lo he leído termino peleando con el insoportable de Heathcliff (me refiero a gritarle al libro), porque la verdad es que no soy capaz de excusarlo por todas las hijodeputadas que hace. Golpear a la pobre Isabella, que terminó siendo aún más tonta que Cathy, maltratar a Hareton sólo por ser hijo de Hindley. Vale que Hindley fue un matón con él cuando pequeño, pero Hareton no tenía nada que ver en ese baile. Así que no, soy incapaz de justificar a Heathcliff por su horrible carácter. Una cosa es defenderse y otra cosa es joder al resto por joder.

Siempre me ha sorprendido la cantidad de personas que consideran a Heathcliff como una figura romántica. Será que soy muy rara, pero a mí lo último que me parece es romántico. Abusivo, psicológicamente destruido, cruel… muchas cosas, pero romántico no. Okay, la señora de Fifty Shades of Grey no tiene un pelo de original. Aunque siempre me ha parecido que el punto de Emily Brontë al escribir esto es demostrar precisamente que este tipo de relaciones tan tormentosas sólo pueden ser destructivas. ¿Ve, señora James? Las relaciones abusivas son malas.

«No sé de qué están hechas las almas, pero la mía y la suya son una sola».

En serio. Drama queen much? Aparte de que la cita en realidad me gusta mucho, pero me parece un pelín dramática. Será que nunca me he enamorado, pero es como demasiado para mí. Y sin embargo, Catherine logra caerme bien en esa parte. Siempre me ha parecido una mocosa insoportable, pero en esa escena siempre me parece que es alguien que logró entender una verdad suprema y no sabe qué hacer con ella. Y casi me da pena.

En cualquier caso, mis personajes preferidos son Cathy II y Hareton. Aunque sea sólo porque su relación es adorable. Ya, las relaciones amor-odio son clichés como casas, pero Emily Brontë logró retratarlos tan bien que cuando llego a esa parte siempre termino suspirando. El pobre Hareton, tan orgulloso que no quiere admitir que no sabe leer delante de Cathy. Y su tira y afloja que termina con los dos haciéndose amigos sobre los libros. Es tan bonito. Además Cathy II en el fondo es buena persona, y se merecía terminar con alguien mejor que su difunto marido. Porque a Linton no hay quién le gane a inaguantable. Quizás su padre, pero al menos Heathcliff tiene personalidad. Linton… lloriquea mucho. Eso es seguro.

Otra cosa que me fascina del libro es la forma en que está escrito. Especialmente si pienso en que Emily Brontë pasó toda su vida en la casa parroquial donde su padre era pastor. ¡Y creó a un hombre como Heathcliff! Pero las descripciones, los diálogos y todo está perfectamente bien escrito. Genio se queda corto para describir a la señorita Brontë.

Se lo recomiendo a cualquier persona, en realidad. Es un clásico de la literatura por algo.

Mini-ficciones: Lluvia en Santiago

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Y tengo una nueva sección. Quiero retratar pequeños momentos de mi vida, cosas que me hicieron sonreír, que me dieron pena o lo que sea. Sólo escenas de mi día a día.

Lluvia en Santiago

Anuncian de diez a quince ml. de agua en Santiago. El cielo, por otra parte, anuncia todo lo contrario. Pero todos prefieren creerle al señor de la tele y sacar a pasear los paraguas.

Tú no.

A ti te gusta sentir la lluvia en la cara, en el pelo, en las manos. Te recuerda a tu infancia en el sur, que cada día parece más lejano. Cuando llueve en Santiago es como volver por unos segundos a casa. No suele durar mucho, pero aún así es algo. Cada vez vas menos a ver a tu familia. La vida avanza y tienes que correr para alcanzarla.

Pero tu celular y los meteorólogos mienten. El sol brilla y las nubes son casi algodonosas. Sabes que no lloverá y te da un poco de risa ver a todo el mundo arrastrando sus paraguas —negros, siempre negros—, por el suelo.

Una gota golpea tu nariz. Y otra. Y otra más.

No dura más de unos segundos, pero todos abren los paraguas oscuros y siguen caminando.

Tú sonríes y sigues tu camino.