¡Hola!
Me siento fatal porque llevo más de un año sin postear. Lo último que supieron fue que Pancho volvió a Chile de su intercambio. Lo que es muy bacán y todo, pero obviamente no fue lo último que pasó en mi vida.
No.
¿Se acuerdan de la llamada de Jotapé? Sí, esa que llegó en la mitad de mi final de semestre conmigo vuelta loca. Esa que me hizo cuando estaba completamente curado. Esa.
Finalmente me invitó a salir. De verdad. Sobrio.
Como soy tonta rematada, le dije que sí. ¿Se acuerdan de todo eso de cerrar la puerta y tirar la llave? Yo no.
En realidad, no estuvo tan mal. Y agarramos después (sí, con gusto a cenicero y todo). De hecho, hasta ahí, todo bien. Es después de eso que me dan ganas de pegarme. Porque soy completa y totalmente estúpida.
No sólo salimos esa vez, la ver dad. Salimos muchas veces. A veces ni siquiera salíamos, nos bastaba con ir a la casa del otro —a la suya, principalmente, porque yo vivo con mis hermanos y él con amigos de la u—. No, no íbamos precisamente a ver películas ni nada inocente. Pero no éramos nada.
O sí.
¿Amigos con ventajas? ¿Fuckbuddies?
La cosa es que nunca definimos qué éramos exactamente. Pero en ese momento, me daba igual. Sé que dije que había superado todo el asunto con Jotapé, todos sabemos que estaba mintiendo.
La cosa es que en algún momento quise saber qué éramos. Por mucho que odie los clichés, fui la mina que quiso hablar de «nuestra relación».
Gran error. Aunque no por las razones que uno se imaginaría.
Elegí mi momento cuidadosamente. Un domingo, en su casa. Como siempre, se había levantado para ir a buscar una taza de té para mí (punto para él, siempre tuvo esos detallitos). Cuando volvió, se sentó en la cama conmigo y me despeinó antes de darme un beso en la frente. Aunque suene muy cursi, tengo que decir que esos eran mis momentos favoritos.
—Jotapé, ¿puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras. (*)
—¿Qué somos? O sea, ¿qué les dices a tus amigos que soy yo?
A esas alturas, yo pasaba bastante tiempo en el departamento de Jotapé y sus amigos. Lo raro era que nadie hubiera hecho una pregunta al respecto.
—Tú eres tú, nada más.
—Ya.
—¿Qué pasa?
—Nada. Es que mi primo se casa y dijo que los que no estamos emparejados estamos invitados solos. Sólo quiero saber cómo responder al parte.
Se pasó una mano por el pelo, como siempre.
—¿Tú quieres? —preguntó.
—¿Qué?
—Lo de estar juntos, po.
—Obvio. Si no, no estaría webiando contigo ahora —le dije yo.
—Ya po.
Y así, sin más rollos, pasamos a ser una pareja. Fue al matrimonio conmigo, encantó a toda mi familia y todo parecía bacán.
En realidad, todo estaba bien. Hasta que un par de meses después quedó la grande. Creo que alguna vez mencioné que a Pancho nunca le ha caído bien Jotapé. Simplemente no lo soporta. Cuando le conté que estábamos juntos, casi le da algo. Pero, como siempre dice, mi vida es mi vida.
Lo que no significa que haya tratado de llevarse bien con él. Y claro, yo tenía que aguantar que cada vez que se veían se miraban feo. Hasta que un día Pancho y yo nos fuimos a tomar un café para ponernos al día.
—¿Cuándo fue la última vez que escribiste algo? —me preguntó. Así, a la vena.
—No sé. No he tenido tiempo.
—Tú siempre has tenido tiempo para escribir.
—Antes no pololeaba.
—No, pero hacías como veinte extraprográmaticas.
—Pancho, no quiero discutir esto.
Al final, cambiamos el tema y la cosa quedó ahí. O bueno, eso pensaba yo , hasta un par de días después, cuando nos juntamos con unos amigos. Pancho le dijo algo a Jotapé, a Jotapé no le cayó bien y empezaron a pelear. No a golpes, pero sí en una discusión fuerte.
Al final, logré sacar a Jotapé de ahí.
—¿Qué onda? —le pregunté una vez que estuvimos en la calle.
—Estoy chato de que ese weón se meta en nuestra vida. Sólo porque le gustas no quiere decir que tenga derecho a meterse en mi vida.
—A Pancho no le gusto yo, no seas idiota.
—No seas ingenua. Nadie es amigo porque sí.
—No puedo creer que tú estés diciendo eso. ¡Hemos sido amigos por como diez años!
—No es lo mismo.
—Ya filo —dije yo, tratando de terminar—. Me voy a mi casa. Mañana hablamos.
—No. Hablemos ahora.
A esas alturas de la conversación, yo estaba chata de todo. Lo único que quería era irme a mi casa, meterme en la cama y olvidarme de todo. Pero cuando Jotapé dijo que quería hablar ahí, me enojé. Siempre he sido mal genio y en realidad, cuando estoy cansada es aún peor. Había tenido una semana de mierda en la universidad y lo único que quería era pasarlo bien un rato con mis amigos. Y él acababa de cagarlo todo.
—¿Quieres hablar ahora? ¿En serio?
—Sí. No puedes seguir juntándote con Pancho.
—¿Qué? —No podría creer lo que estaba escuchando. Era demasiado para mí—. No. Es mi mejor amigo, no te estoy cagando con él. Así que deja de actuar como un imbécil y supéralo. No voy a dejar de ser su amiga.
—¿Y si te digo que tienes que elegir entre él y yo.
A esas alturas, yo estaba muy enojada. Y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza.
—Bacán. Ándate a la mierda.
Antes de que él pudiera decir nada, me subí al primer taxi que pasó. Necesitaba llegar a mi casa, y me daba lo mismo todo lo que había pasado. Necesitaba meterme en mi cama y pensar.
Desde ese día, no he sabido nada de Jotapé. Nada en absoluto. Y han pasado más de dos meses, la verdad. Sabía que era demasiado bonito como para durar.
(*) Disclaimer: Puede ser que las conversaciones no hayan sido exactamente así. Han pasado algunos meses. Pero quiero declarar que mi memoria siempre ha sido excelente.